domingo, 29 de noviembre de 2009

Bilbao interiores. (y II)

A petición del respetable he decidido seguir la historia de Bilbao interiores. Como decía y debido a nuestra condición social, jamás tendremos la oportunidad de disfrutar de los espacios relatados en el capítulo anterior, a no ser, claro está, que resucitemos al “Batallón Malatesta”, cosa que hoy en día me parece muy difícil.

El Malatesta; aquel que luchara contra los quintacolumnistas de Las Arenas y Algorta, “perseguidor implacable durante la guerra civil de todo aquel fascista disfrazado o encubierto que tal vez se dedique al espionaje. Tendiéndonos la red en la que han de estrangularnos.” Aunque la polémica del asalto a la cárcel de Larrínaga no nos queda lejos de este pequeño párrafo; aparquemos la diatriba, al menos de momento.


Pues en aquellos salones de rancio abolengo nuestro gran amigo “el Txuti” nos contó su primera experiencia sexual. Experiencia que recuerdo vagamente aunque recuerdo más claramente sus falsas reticencias a contarlo. Al final lo que ocurrió fue que una pareja aburrida que regentaba una pensión en Santurtzi “lo utilizó” en sus aburridas prácticas sexuales y al Txuti los ojos le hicieron molinillos de colores durante semanas. Todo esto ocurría delante de una vieja chimenea decorada con motivos de marfil donde se colocaban fotografías de Alfonso XIII y el aristocrático “Sporting Club del Abra”. Los motivos marineros estaban por todas partes, incluso un capitán de barco nos observaba desde una horrible pintura de preciosa ejecución.

Carmen, aunque estuvo una buena temporada a cargo de los descendientes de aquellos industriales lo cual nos permitió tener un lugar donde reunirnos al albor del mal tiempo de principios de otoño, siguió su experiencia hacia la madurez regentando un supermercado en la Txitxarra después de casarse de penalti con mi buen amigo Carlitos. Carlitos no se enteraba de nada. Poco antes se había gastado el sueldo de un año como fontanero en un Fiat uno blanco donde disfrutaba de sus encontronazos con la buena de Carmen.

Los padres de Carlitos apechugaron más que ellos y les compraron un pisito en Barakaldo justo delante de las oscuras y viejas chimeneas de los Altos Hornos. Eran los últimos estertores de la gran fábrica. El humo se colaba por la medianera del baño y Carmen y Carlitos fueron casi felices durante un corto invierno de finales de los ochenta, justo enfrente de la mostruosa creación industrial de aquella familia que durante un bonito periodo de tiempo nos "cedió"su fastuoso salón. Pero aquello ya, es otra historia.

Lo dicho, no se pierdan el trabajo de dos grandes fotógrafos vascos en Bilbao interiores.

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