sábado, 26 de noviembre de 2016

Mensaje capturado por el autor al vecino de arriba mediante una aplicación de captura de wasap sobre el fallecimiento de Fidel Castro.


Hola Andrés: 
Sobre Fidel realmente no sé qué decir, es evidente que comparándolo con el capitalismo me quedo con el castrismo, pero que no me oigan mis conocidos cubanos que huyeron de allí hace años y me han contado toda serie de penurias, claro que han aprovechado bien el sistema educativo cubano y aquí se los quiere como los grandes profesionales que son. Hablando con los rusos de a pie también me he encontrado con que añoran la época de Stalin y consideran una gran pérdida la caída del régimen. En cuanto a los libertarios cubanos no me extrañaría que pudieran haber sido utilizados por la CIA para intentar derrocar a Fidel, algo he leído. A mí  no me va el totalitarismo comunista cubano pero su conquista del poder  me parece épica, fueron unos valientes y, a veces, me sorprendo admirando a todos ellos revolucionarios. Supieron aprovechar su momento y de verdad que lo hicieron bien; sus métodos fueron expeditivos pero no creo que de otra forma hubieran sobrevivido. Aún así en mi entorno de izquierda los comunistas convencidos me causan algo de miedo, son capaces de amenazarte de la manera más cruel por discutir un acuerdo que no quieres cumplir por no estar de acuerdo, valga la redundancia de acuerdos.  Y lo más importante: no los querría en el poder. Por lo menos en un sistema organizado por y para la burguesía. Y como han abandonado sus aspiraciones revolucionarias mejor que no metan la mano en el pastel, casi no da para los que están y los de abajo pagan y pasan hambre.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Imprimación

El taller estaba en medio de la rotonda con más densidad de tráfico de toda la ciudad. Las pieles eran verdes debido a las fluorescentes desgastadas que colgaban desatornilladas de la pared. El mancebo me mira desafiante entre los cristales rotos de un lada niva. La hostilidad de su mirada me hace presionar el freno; he entendido la orden y se le suaviza el ceño. Hace un gesto mínimo con la cabeza mientras se seca las manos con un trapo renegrido lleno de grasa y decido bajar la ventanilla. Se dirige hacia mí y me pregunta que qué quiero. Le digo amablemente que vengo a dar una imprimación que me ha regalado el seguro; parece que no le hace mucha gracia a tenor por su gesto y por su reacción. Me mira como si no me entendiera así que ante la incomprensión me incorporo del asiento para sacar el papelito- fotocopia que amablemente me ha dispensado el seguro.

 Antes casi de sacarlo, me espeta que eso que digo no es una imprimación, que una imprimación es "pintar el óxido", así que pongo cara de asombro, no demasiado por que ya mi orgullo está herido por el mancebo.

Rápidamente echo la mano al bolsillo mientras el mancebo rocía con un espray el parabrisas y saco el teléfono móvil. Busco imprimación en la RAE y el resultado no me convence del todo así que busco en la fotocopia la palabreja y no la encuentro, me siento humillado cuando oigo su rota voz diciendo que ya está.

 Me acerco y le entrego el papel pero antes me pregunta que si ahí aparece algún código, me acerco al papel que ya está en sus manos y juntos buscamos el manido código y tachán; casi al final pone y leo en alto "código de imprimación".

Ya me he quedado más tranquilo. Salgo marcha atrás del oscuro garage hacia la densa rotonda y ni si quiera me echa una mano para no empotrarme contra una hormigonera, un amable conductor se detiene en medio de la glorieta facilitándome la incorporación.

Mientras regreso a casa pienso que el mancebo podría tener ardor de estómago del barato menú del día del bar de enfrente de la plaza. 12 euros, oiga.

martes, 8 de noviembre de 2016

Revelaciones de ayaguasca

Anoche como todas las noches a eso de las 22:30 me fui a la cama. Se acerca navidad y una de mis principales ilusiones es comprar un jamón del Carrefour, está de oferta y por cien euros tienes un ibérico de cebo que es de levantar la chapela.
A las 22:31 agarré mi libro de Dostoiesky, que para mi es una biblia, y me dispuse a leer hasta que me entró el sueñecico. No había leído cinco páginas y me di cuenta de que hacía tres que no me enteraba de lo que ponía el texto.
Me levanté y me dispuse a oir un rato "Cuando los elefantes sueñan con la música". Hablaban de Joe Pass; su música me traslado al medio letargo y por fin me decidí a pasar de día en mi pijama de franela.
Era una noche invernal, la lluvia y el granizo golpeaban los cristales lo cual no impidió que cayerá en un profundo e ineluctable sueño.
Pasaron las horas pero en mitad de la noche oí un tremendo estruendo. Me levanté sobresaltado. No sabía que pasaba, casi no podía controlar la respiración, estaba empapado de sudor.
Una luz tenue inundaba la habitación, un olor dulzón casi imperceptible me recordaba a momentos de mi infancia. Lo que ocurrió después no me acuerdo, un fogonazo y el despertar a las ocho de la mañana como es habitual. No sé ni como ni porqué una idea se instaló en mi cabeza, sólo una. Empecé a ser consciente del sufrimiento animal. Los veía en mi mente sufrir cuando nacen, cuando los engordan y cuando los sacrifican...
Ahora creo que soy vegano y tengo un jamonero y no sé que hacer con él.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Una mañana de verano


Una mañana de verano me levanto cansado, me tomo un café y voy a visitar a la camarera del bar de abajo.
Me coloco siempre en el mismo sitio y nunca digo nada aparte de -Ponme un cortado. No sé que más decir. Ella se mueve con gracia detrás de la barra, me gusta, pero no sé que más decir. Respiro hondo y me tomo el café de un trago. Ya van dos. Dejo una moneda en la barra y salgo hacia la parada del autobús. Ella me llama cuando estoy saliendo por la puerta. -Oye, te faltan veinte céntimos. Me acerco, sonrío y le digo - No me lo tengas encuenta. Mientras saco una moneda de 50 céntimos.
 - Quédate con las vueltas. Y cuando me doy la vuelta escucho de su voz -¡Gilipollas!