martes, 6 de julio de 2010

Fin de semana en Tánger

No recuerdo como, pero se nos acercó Abdul. Buscaba pasar el fin de semana con la gasolina suficiente como para pasar una semana de su vida conduciendo su ridículo seat panda. Abdul nos propuso enseñarnos Tánger si nosotros pagábamos la gasolina. Accedimos. El primer sitio que conocimos fue una cueva con la forma de África; lugar de peregrinación de la burguesía tangerina. Nos interesaban los porros así que Abdul nos consiguió el mejor material de la zona norte; el mejor y el más caro. Abdul era un pesado pero a mi me divertía. Me divertía ir con el coche a 20 por hora observando a todas las chavalitas que se cruzaban en nuestro camino por el paseo principal de Tánger. Llevábamos las ventanillas bajadas y la música a tope. Música que salía del interior eléctrico de un bafle enorme colocado de manera arcaica en una bandeja del seat panda troquelada para tal efecto y forrada de piel de oveja. ¡Cómo me gustaba aquel sentimiento insolente! Éramos los reyes de toda África. La verdad es que Abdul nos cobraba la gasolina a precio de oro pero merecía la pena. Insistió en que si íbamos al Rif que le llamáramos y mejor nos habría ido si le hubiéramos llamado. Toma ya. Nos llevó al faro de Malabata donde conocimos al farero. Subimos hasta arriba y vimos la puesta de sol. Juro que nunca vi puesta de sol más rápida que aquella; cuestión de latitudes, digo yo. Aquel tajic, que pagamos nosotros claro está, estaba fenomenal; ojalá que un día pueda repetir la experiencia. Estuvimos alojados en el Ibn Batuta, donde uno de los encargados nos invitó a pasar una noche en la terraza del hotel fumando su "has", nosotros le ofrecimos nuestra gena que obviamente rechazó; aquella gena la habíamos conseguido justo después de bajarnos del ferry. Se nos acercó un gilipollas ofreciéndonos cobijo y no se me ocurrió otra cosa que pedirle "has". Menos mal que Abdul nos arregló unos gramos. ¡Bien por Abdul!

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